Comentario a las lecturas del Domingo XI del Tiempo Ordinario (ciclo b) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)

Domingo, 13 de junio de 2021
Once del tiempo Ordinario. Ciclo B
Ezequiel 17,22-24
Mientras la humanidad (seducida y ofuscada por la grandeza aparente de las cosas), sufre el cautiverio de su error y la deportación consecuente de su proceder; Dios, siempre presente, trabaja en amor y misericordia, buscando la manera de salvarla y renovarla, sin escatimar precio ni esfuerzos, respetando al resto que no quiere ser ayudado.
Él fija sus ojos en lo importante, invitando a mirar lo que Él ve, lo que en realidad tiene valor, aunque no sea grande ni aparente, pero tiene vida.
Una rama tierna, arrancada y plantada a tiempo por Su propia mano, será más que suficiente para salvar todo un reino, una humanidad en decadencia.
Jesús, salido de Dios, es el vástago, el retoño descendiente de David, la rama plantada por Dios en el lugar más alto. Es el cedro noble que, ya crecido, invita a todos, (con esa confianza esperanzada de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura, 2 Cor 5,6-10) a anidar en Él, es decir, a instalarse y vivir en Él, reproduciendo nuevas vidas que, a su vez, forman nuevas familias, comunidades, una nueva sociedad.
El Salmo 91 es una exhortación a lo bueno: “Es bueno dar gracias al Señor”
Gracias por arrancarnos de este mundo y librarnos del cautiverio de la vanidad, por trasladarnos y plantarnos en el Reino de su Hijo, en el lugar más alto e inimaginable.
Qué bueno es levantar los ojos a los montes, a los altos y poderosos de este mundo, y ver que nuestro verdadero socorro no nos viene de ellos, de aparentes esplendores, sino de mucho más arriba, del Señor que hizo los cielos y la tierra. Qué bueno sentirse pequeño y en sus manos. Crecer como palmeras, alzarse como cedros en su presencia. Como Jesús, que sin más esplendor ni apariencia que su humildad, hoy es nuestra vida.
El secreto de Jesús, más que en saber cómo ha de construir el Reino de Dios, está en ser y saberse pequeño, confiado, cuidado por las manos del Padre:
«El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto…
Les dijo también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.» Marcos 4,26-34
Jesús habló en parábolas para que, de alguna manera, pudieran entender algo de lo que les exponía acerca del Reino. A sus discípulos, en privado se lo explicaba mejor. Pero a nosotros, los que hoy creemos en las cosas que en aquel tiempo aún no habían acontecido, es a quienes mejor se lo explica y los que mejor pueden entender. La cosa está en quererle escuchar, dejarse sembrar o plantar, en morir para crecer, en dar frutos y ramas que invitan a acoger. …
Joan Palero
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