domingo, 18 de diciembre de 2022

IV DOMINGO ADVIENTO


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 1. Introducción

La Liturgia de la Palabra corona con la figura de José el último domingo de Adviento que nos lleva a la celebración de la Navidad. Para la Iglesia San José ha sido siempre un elemento fundamental que orbita en torno al misterio de la Encarnación del Señor. Además de la Navidad, la Tradición litúrgica nos lo presenta como un oasis –que en general coincide con en el periodo penitencial de la cuaresma– que debe ser celebrado con toda solemnidad el 19 de marzo y también en una memoria vinculada al trabajo y a la actividad humana el 1 de mayo. San José ha sido denominado el patrono de la Iglesia, los papas le han dedicado diversas encíclicas en los últimos siglos y en la teología debe ser estudiado en la reflexión cristiana en relación a la Virgen María, es decir, en la mariología (en el pasado existía la josefología). Tampoco se puede olvidar el valor que tiene San José en la devoción del pueblo de Dios, algo que está entrañado en la cultura popular de todas las naciones católicas.

2. Evangelio

Lucas y Mateo son los únicos evangelios que dedican su atención al misterio del origen humano del Hijo de Dios, lo que conocemos por el lenguaje teológico a través de la expresión: “Encarnación del Señor”. Lucas lo presenta desde la perspectiva de María –coprotagonista de ese extraordinario acontecimiento–. Sin embargo, es necesario recordar que los destinatarios de este evangelio son los paganos convertidos al cristianismo, por eso la genealogía es de carácter universal y descendente ya que empieza en José y se remonta hasta Adán, el primer hombre, indicando que Jesús es el salvador de toda la humanidad y que Él es el nuevo Adán.

En cambio, Mateo sitúa el misterio de la encarnación bajo el prisma de la noble y enternecedora figura de José, el esposo de la Virgen. En esta sección aparece un árbol genealógico relacionado solo al pueblo judío, porque empieza en Abrahán y se extiende hasta José, llamado hijo de David, incorporando a Jesús en la historia de la salvación de los israelitas.

Lucas narra: el anuncio hecho a María en Nazaret, su peregrinación a Judea para visitar su prima Isabel, la exultación de María a través del Magnificat, el nacimiento del niño, la circuncisión del bebé como consagración y signo de la alianza del pueblo elegido, la descripción del crecimiento del niño y la genealogía universalista que injerta a Jesús en la historia del pueblo de Israel. Mateo, por el contrario, es más sobrio y breve en detalles, por eso presta atención al mismo misterio bajo la figura del esposo de la virgen.

3. Actualización catequética

Del relato del Evangelio vamos a detenernos en cuatro aspectos o características que brotan de la personalidad de José de Nazaret: es el hombre humilde (kenosis) por excelencia, es el hombre del discernimiento, es el hombre justo e icono de la paternidad del Dios trinitario y es el hombre que vive en el silencio contemplativo el misterio de Dios.

En primer lugarJosé es el hombre de la kénosis (vaciamiento) o la humildad. En el justo esposo de la Virgen y futuro padre terreno de Jesús vemos una reacción –por la gracia que le fue revelada– que impresiona y conmueve profundamente: su docilidad en hacer la voluntad de Dios, designio manifestado en asumir a María –que está en cinta por acción del Espíritu Santo– como su mujer y al fruto que nacerá de sus entrañas como su hijo. José no solo renuncia a tener una mujer en el sentido físico (vivirá castamente hasta la muerte su sexualidad en una donación profunda), sino que tiene que renunciar a una paternidad plena de muchos hijos como era previsto por la tradición judía. De hecho, en una familia numerosa se podía notar la bendición divina sobre un hombre y una mujer que se unían en matrimonio.

La kénosis de José expresa su humildad. Él se anonada, se vacía porque renuncia a sus propios proyectos esponsales y paternos. Su humildad refleja el talante de su carácter, por eso Mateo lo califica como “justo”. Esta figura paterna humilde y mansa será decisiva en la educación y formación del temperamento del Verbo de Dios que asume la carne humana en el seno de María. El bebé, el niño, el adolescente y el adulto Jesús de Nazaret tendrá como referencia y verá siempre un padre bueno, amoroso, solícito, responsable, justo y, sobre todo, humilde. De esta forma, podemos entender en que espejo podía reflejarse el Señor en su vida oculta en la familia de Nazaret.

Sobre la humildad. La humildad es fundamentalmente una persona, es decir, Jesús que siendo Dios se hace hombre. Humilde es Dios omnipotente y creador de todas las cosas que renuncia a su gloria para tornarse un ser limitado y una criatura mortal. Por tanto, en relación a nosotros la humildad no es simplemente una virtud, sino una actitud, una forma de pensar y vivir. Humilde es todo aquel que es consciente de su pobreza humana, de la miseria de su pecado y de la total dependencia de Dios en toda su vida.

En segundo lugarJosé es el hombre del discernimiento. Según el relato de la anunciación de Mateo, el padre terreno de Jesús pasa por una crisis, ya que tiene que tomar una decisión crucial que cambiará el curso de su vida y la de María (y de ello dependerá también la suerte de toda la humanidad). Sin embargo, en esta crisis se revela la fuerza de su temperamento, los dones espirituales de su humanidad y las cualidades de su personalidad (¡es en la crisis que se manifiesta realmente quienes somos!).

José es un hombre justo porque quiere hacer la voluntad de Dios –aun en su intención inicial de repudiar a María en secreto, porque no quería perjudicarla ni exponerla públicamente a la lapidación–, pero sufre porque debe discernir qué es lo que debe hacer. Por tanto, José recibe una revelación en sueños –como los antiguos patriarcas– y en esta manifestación divina a través del ángel entiende por la fe en el corazón, es decir, más allá de la razón, el misterio sublime de lo que llamamos la “encarnación” del Señor.

Sobre el discernimiento. Para poder discernir es necesario tener una relación con Dios, una intimidad con el Señor y no defender nada, o sea, tener un corazón purificado del orgullo, del egoísmo y de las idolatrías, basta ver la figura de Salomón en la Sagrada Escritura o por lo menos –si nos faltan estas cosas– tener una recta intención. ¿Qué quiere Dios que haga? ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué debo hacer en un determinado momento difícil de la vida? El discernimiento implica saber tomar decisiones, pero especialmente nos lleva a hacer la voluntad de Dios. En el arte de discernir necesitamos la luz del Espíritu Santo, nuestro abogado, consolador e intercesor.

En tercer lugar, José es el hombre justo e icono de la paternidad divina Como padre terreno del niño Jesús, José es la imagen perfecta y plena de la paternidad divina del Verbo encarnado. Cuando el evangelio afirma que: “el niño crecía en estatura, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres”, no podemos dejar de ver entrelazado en ese proceso natural la presencia del justo José. José es reflejo de la paternidad divina de Jesús de Nazaret en su existencia terrena.

Todo lo que admiramos de Jesús de Nazaret, por lo que se transluce en los evangelios: la sabiduría del hombre más inteligente que ya existió en la faz de la tierra; la personalidad (estructura emocional) más equilibrada de todo el género humano; la complejidad y sencillez de su libertad afectiva; la autoridad de su palabra; la mansedumbre, humildad y misericordia de su comportamiento con los más necesitados, etc., se deben en parte –no por eso menos importante– a la figura de José, su padre, que lo amó, educó, corrigió, guio y orientó en el camino de la vida.

Sobre la justicia y la paternidad. En la estructura familiar, según una corriente psicológica que está cada vez más cuestionada –dada las nuevas propuestas de familia, sobre todo, por la ideología de género– son necesarios dos ejes fundamentales: la autoridad paterna y el afecto materno (lo que no significa que el padre no sea afectuoso y que la madre no tenga la debida autoridad). La autoridad y el afecto son pues, las referencias imprescindibles para que el hijo pueda desarrollar una columna vertebral emocional, que le permita crecer con la madurez, responsabilidad y seriedad que requiere la vida adulta. Se dice que en esta generación hay una crisis de la figura paterna, por tanto, de la autoridad. En la psicología se denuncia también el ocaso de la paternidad: ¿Cuántos problemas por falta de autoridad en la vida familiar? Padres permisivos, débiles u omisos, por eso no nos extrañemos que los niños no obedezcan. Pensemos un poco en el ambiente escolar: alumnos que desafían a los profesores, o peor aún, los amenazan. Es muy común oír niños refiriéndose a los cargos o funciones de sus padres (jueces, empresarios ricos, figuras famosas), para eximirse de cualquier responsabilidad y no aceptar la corrección con la ridícula y preocupante pregunta: ¿Usted sabe quién soy yo? ¿Sabe, usted, quiénes son mis padres? No importa de quien sean hijos, esos niños o adolescentes están sujetos a los mismos deberes y las mismas normas de convivencia de cualquier institución. Y si suelen decir eso, el problema hay que situarlo en sus progenitores, o sea, en la supuesta educación que recibieron y en la falta de valores que les ha hecho como son.

Y, finalmenteJosé es el hombre del silencio contemplativo. En los evangelios curiosamente no existe ningún diálogo de José con la Virgen María ni con el niño Jesús. No es que sea mudo, sino que su presencia es discreta, pero activa y resolutiva en el momento de tomar decisiones en lo que respecta a la protección de su esposa y del niño, es decir, los dos tesoros que Dios les ha confiado para el bien de toda la humanidad.

En silencio José hace la kénosis de su existencia, sin alardes ni trompetas; en silencio José discierne la voluntad de Dios; en silencio José vive la justicia y ejerce la paternidad con amor y autoridad, y en silencio José reza y contempla el misterio de Dios, rumiando la Palabra que ha sido transmitida por su pueblo y que ha escuchado en el culto litúrgico y semanal de la sinagoga pero, sobre todo, en silencio José guarda en el corazón todo lo que no comprende.

Sobre el silencio. El silencio de José nos recuerda la oración mental, la contemplación que debe realizar el hombre aunque esté ocupado a través del trabajo manual. Un silencio que hace memoria del amor de Dios, un silencio que agradece la obra del Señor, un silencio denso y lleno de una presencia que va más allá de la experiencia sensible, es decir, Dios mismo en su realidad trinitaria, la comunión de los ángeles y de los santos. El silencio también está unido a la soledad –no al aislamiento egoísta–, hay gente que le tiene miedo al silencio y a estar sola. ¡Cuánto ruido interior en el corazón y en los pensamientos! ¡Cuánta verborrea que solo denota la infantilidad, superficialidad, inmadurez y vulgaridad que nos acompaña! ¡Cuánto barullo exterior que paradójicamente es vacío y superficial!

La liturgia nos presenta en la figura de José una palabra de salvación sobre la humildad, el discernimiento, la justicia de la paternidad y el silencio contemplativo. ¡Que la santa Eucaristía nos nutra y lleve por la gracia de Dios a cumplir el designio de Dios sobre nuestras vidas!

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