jueves, 29 de octubre de 2020

Lectura 25/10/20 - 30º Tiempo Ordinario

 

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? (San Mateo 22, 34-40)
Nuevamente, el evangelista nos presenta a los fariseos, esta vez agrupados y buscando como pillar a Jesús en alguna declaración que le desprestigie ante el pueblo y sea para ellos motivo de acusación. Un procedimiento utilizado en todos los tiempos, también en los nuestros, por los que, ceñidos a la letra, interpretan la Palabra de Dios escrita, y en boca de los hombres, con literalidad fría y sin espíritu, desconociendo u olvidando que “la letra mata más el Espíritu da vida”.
El proceder de Jesús no les gusta nada, les molesta y desmonta todas sus estanterías. En Él solo ven un hombre, un Maestro que puede equivocarse, contrariarse y contrariar la Ley. Así que, cuando le preguntan: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley? Jesús responde, no como maestro conocedor de la Ley, sino como el Señor de la Ley, a la que ha venido a darle plenitud:
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero.
Pero no termina ahí su respuesta, sino que al mandamiento de Deuteronomio 6, 5 “Amar a Dios”, le une el de Levítico 19, 18:
El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas.
Jesús asocia el mandamiento del amor a Dios con el mandamiento del amor al prójimo, y los presenta como inseparables. Y es que, la Alianza entre Yahvé y el pueblo de Israel tenía dos dimensiones: la vertical y la horizontal. La verticalidad de la fidelidad a Dios, y la horizontalidad del cuidado del prójimo.
La Antigua Alianza recordaba a los Israelitas que Dios los amaba y que ellos tenían que compartir ese amor con todo el pueblo, de la misma manera a como ellos se amaban a sí mismos.
Jesús, el nuevo Moisés del nuevo Pueblo de Dios (la Iglesia), con su sangre ha sellado una Nueva y eterna Alianza, la de la plenitud del amor de Dios manifestado en Él. Dios nos amó y ama sin medida, por encima de su Hijo, quien es su propia imagen y sustancia. La Nueva Alianza nos recuerda la plenitud del amor de Dios, manifestado en Jesús y experimentado en el Espíritu, y cambia el antiguo mandamiento de amar a Dios con todo el ser, y al prójimo como uno mismo, por la consecuencia de que ahora Dios vive en nuestro ser y es nuestro TODO. De ahí que ya no se trata de amar como nos amamos a nosotros mismos, sino como Jesús nos amó y ama. Esto es lo que demuestra ser maestros o discípulos testigos de su amor.
Feliz domingo y semana.
Joan Palero

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