domingo, 29 de noviembre de 2020

Lectura Dominical I Domingo Adviento


 Comentario a las lecturas del 1r Domingo de Adviento (Ciclo B) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)


Domingo, 29 de noviembre de 2020

1º de Adviento (ciclo B)


Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, QUE HICIERA TANTO POR EL QUE ESPERA EN ÉL.  (Isaías 63,16b-17.19b;64,2b-7)


“Mientras hay vida, hay esperanza”, (dice el refrán). La vida es una espera continua, vivimos esperando; la cuestión está en: ¿Qué, o a quién, espero? Y en si lo que espero, puede, con suficiente bien, cambiar mi realidad. 


Esperar es tener la esperanza de alcanzar lo que se desea. Es creer, estar convencido de que va a suceder algo especialmente favorable. Eso es lo que nos hace estar, permanecer en el lugar donde creemos que ha de llegar ese alguien en el que hemos depositado la confianza. Saber esperar es saber ser paciente, no tener prisa ni precipitarse en el actuar. Requiere mirar y vigilar, no distraerse, estar atentos, no dormirse, para así poder reconocer a esa persona u oportunidad que estamos esperando, en cada momento o suceso de la vida.

El profeta, (en la primera lectura), vigilante y despierto, intenta despertar al pueblo a mirar y considerar sus caminos, pues: “Nadie invocaba a Dios ni se esforzaba por aferrarse a Él.  Un pueblo que había olvidado la esencia, el Nombre de Dios: “tu nombre de siempre es Nuestro Redentor”, y por ello vivía extraviado y endurecido, entregado bajo el poder de sus culpas. Isaías quiere cambiar sus desesperanzas por la esperanza de aquel día en que se dirá: «Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es Yahveh en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación.» (Is 25, 9)

Esperando el bien que traería el mesías enviado por Dios, Israel no sabe esperar en el Dios que lo envía. No sabe reconocer a Jesús, el mayor bien que podía y que también nosotros podemos esperar. El regalo más grande que todo un todopoderoso e infinito Dios podía hacer a la humanidad, pues, no hay nada más grande que Dios mismo. 

Santo Tomás, escribió: // Dios es el sumo bien. El bien universal es superior a cualquier bien particular, “como el bien del pueblo es superior al bien del individuo”; porque la bondad y la perfección del todo es más excelente que la bondad y la perfección de la parte. //

Todos deseamos el bien, para nosotros y para el mundo, pero no todos son capaces de reconocer que el sumo bien está escondido en Cristo. 


En la segunda lectura, San Pablo concreta en qué consiste la gracia que Dios tiene para con nosotros y el mundo: En aguardar la manifestación gloriosa de Jesús, participando de su vida. Solo así somos enriquecidos en todo, sin que nos falte ningún bien. (1ª Cor 1, 3-9)   

Los que no le esperan, es normal que no invoquen su Nombre. Lo que no es tan normal, es que los que le invocan, no se esfuercen en conocerle y aferrarse cada vez más a Él, Palabra de Vida que ha venido para habitar y vivir entre nosotros y en nosotros. 

Así es como, Dios, continúa saliendo al encuentro, a través de los que, esperando en Él, practican la justicia y se acuerdan de sus caminos, buscando conocer cada vez más su Palabra, aferrándose a ella. Como fue el caso de Simeón, un hombre que esperaba la consolación de Israel, del que la Biblia nos dice que era hombre justo y piadoso. Un anciano que, no solo esperaba, sino que se movía dirigido por su esperanza y por el Espíritu. Que permanecía vigilante y despierto en el lugar donde él sabía, por la Palabra que le había hablado Dios, que iba aparecer el Cristo. Un hombre entre los hombres de Jerusalén, laico, de Iglesia diríamos hoy, pero que por su vigilancia esperanzada, y la fidelidad de Dios, vio y anunció al Cristo esperado; mientras que los ojos del resto, cansados y cerrados por su propio peso, vigilaban soñando otros asuntos.  

Dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad … Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (San Marcos 13,33-37)


Joan Palero

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