VERDAD – LECTURA
Isaías 6,1-2a.3-9a
1El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en su trono elevado y excelso: la orla de su vestido llenaba el templo. 2Estaban de pie serafines por encima de él, 3y se gritaban el uno al otro Santo, santo, santo, Señor todopoderoso; la tierra toda está llena de su gloria. 4Las jambas del dintel retemblaban por la voz de los que gritaban, y el templo se llenó de humo.
5Yo exclamé: ¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy hombre de labios impuros; vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, al Señor todopoderoso.
6Entonces voló hacia mí uno de los serafines llevando un carbón encendido que había tomado del altar con unas tenazas. 7Tocó con él mi boca y dijo: Mira, esto ha tocado tus labios: tu maldad queda borrada, tu pecado está perdonado. 8Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? 9Y respondí: Aquí estoy yo, mándame a mí.
«¿A quién enviaré?» «Aquí estoy yo, mándame a mí.» Es la respuesta del profeta Isaías a la llamada de Dios. Una respuesta pronta, directa, sin titubeos.
Dios le manifiesta todo su esplendor e Isaías se siente impuro, se siente indigno, débil, ante la presencia de Dios. Él no actúa directamente, sino que por medio de los serafines, el Profeta es purificado.
Esta llamada ocurre en un momento concreto de la historia del pueblo de Israel y en un lugar específico, como cualquier llamada. Como la llamada que Dios te hace cada día para compartir con Él la vida plena, su propia santidad. Y al igual que Isaías, ante la llamada de Dios, cada uno de nosotros nos sentimos indignos y débiles.
La llamada ocurre dentro del contexto de un encuentro personal con Dios. Y en ese encuentro, Dios es capaz de purificarnos, de limpiarnos, de sanarnos de todas nuestras infidelidades; no debemos dejarnos llevar por nuestras frustraciones diarias, por las dificultades que encontramos, por nuestras preocupaciones cotidianas; de todo eso Dios nos purifica para enviarnos a comunicar al mundo su misericordia y su amor.
Isaías no sabe a dónde va a enviarlo Yahveh. Isaías no sabe qué mensaje ha de transmitir. Sin embargo, se abandona en las manos de Dios y está dispuesto a todo; no pone objeción alguna a la llamada: «Aquí estoy, mándame a mí.». El Profeta tiene una confianza plena, está seguro de que Yahveh está con él, lo acompaña, lo sostiene, lo respalda. Por eso, Isaías puede anunciar la cercanía y la bondad de Dios.
CAMINO – MEDITACIÓN
- ¿Qué pasaje, versículo, frase o palabra te ha llamado la atención, te ha tocado el corazón? ¿Qué sentimientos despierta en ti? ¿Qué querrá decirte Dios, aquí y ahora, en este momento con ello?
- ¿Eres capaz de reconocer tus propias deficiencias, miserias, debilidades? ¿Las pones en las manos de Dios? ¿Te dejas purificar por Él?
- ¿Estás atento a las llamadas que Dios te hace en tu vida cotidiana?
- ¿Eres consciente de que Dios te envía a anunciar y llevar su misericordia, su ternura y su amor a todos aquellos que te rodean?
- ¿Confías plenamente en Dios siendo consciente de que Él te acompaña, te sostiene, te respalda en la misión de anunciar su Reino?
VIDA – ORACIÓN
Salmo 40
2En el Señor he puesto toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi grito;
3me sacó de la fosa mortal, del fango cenagoso; puso mis pies sobre la roca, aseguró mis pasos;
4puso en mi boca un cantar nuevo, una alabanza para nuestro Dios. Muchos, al verlo, temerán y confiarán en el Señor.
5Dichoso el hombre que en el Señor ha puesto su esperanza y no se ha ido con los arrogantes ni con los que se pierden en engaños.
6¡Qué grandes son, Señor, Dios mío, los proyectos y los milagros que hiciste por nosotros!: eres incomparable. Yo quisiera decirlos, proclamarlos; pero son tantos, que no pueden contarse.
7Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides holocaustos ni sacrificios por el pecado; en cambio, me has abierto el oído,
8por lo que entonces dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:
9Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad, tu ley está en el fondo de mi alma».
10Pregoné tu justicia a la gran asamblea, no he cerrado mis labios; tú lo sabes, Señor.
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