domingo, 6 de diciembre de 2020

Lectura Domingo II Adviento - Joan Palero

 

Comentario a las lecturas del Domingo II de Adviento (Ciclo B) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)
 
Domingo, 6 de diciembre de 2020
2º Adviento (ciclo B)
 

Será bueno recordar las palabras de Isaías, (en la primera lectura del pasado domingo), donde el profeta describe en su oración la condición en que se encuentran, él y su pueblo:
“Estabas airado, y nosotros fracasamos; aparta nuestras culpas, y seremos salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; … nuestras culpas nos arrebataban como el viento. … pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.”
Porque a pesar de esto, Dios no ha cambiado ni les ha abandonado, sigue siendo Padre, y su nombre de siempre es “Nuestro Redentor”.
En la primera lectura de este domingo, después de haber reconocido la causa de sus desdichas, por su boca del profeta, Yahvé dirige un mensaje de consolación a ese pueblo abatido y esclavizado bajo el poder y las ataduras de sus propias culpas, invadido y deprimido por la desesperanza:
Consolad, consolad a mi pueblo, –dice vuestro Dios–; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, Y ESTÁ PAGADO SU CRIMEN, …
Es bueno y acertado pensar que el adviento es tiempo de espera y esperanza, pero sin olvidar que la consolación y la esperanza en Dios, es en base a una verdadera conversión.
En todo bien por la humanidad, es Dios quien toma la iniciativa. En su gracia, empieza por desenmascarar nuestros errores y mentiras, para después arrancarnos de ellos con su amor.
Sentir el peso de nuestra culpa y del justo juicio de Dios, es lo que nos lleva a recapacitar y considerar nuestros caminos, y ver la necesidad de un cambio radical, de una genuina conversión.
Jesús, lleno de gracia y verdad, en quien “La misericordia y la fidelidad se encuentran, (y)
la justicia y la paz se besan (Sal 84); ha pagado, HA SUFRIDO el precio de nuestro pecado, haciéndose pecado por nosotros y dándole muerte en la cruz. Este es el consuelo, el inicio que marca una nueva vida, una vida que nos justifica ante Dios por el sacrificio de su Hijo.
Una vida para todo aquél que, entregado al poder de su culpa, se ve incapaz, fracasado y desesperanzado, pero que, al creer en la buena noticia del Evangelio, se abraza al consuelo de esperanza y vida que ofrece el Crucificado.
Una vida de agradecimiento a Dios por una salvación tan grande, que, en adelante, ya no consiste en vivir como antes, ni para sí, sino para Aquél que murió y resucitó por él mismo y por tantos.
Una vida fecunda y fructífera, cuyos frutos ya no serán los propios del hombre que vivía entregado bajo el poder de sus culpas y que le era oculto el rostro de Dios, basada en ritos y sacrificios externos que nunca pueden borrar los pecados (Heb 6,1-3), sino los frutos de una vida de conversión profunda, producida por el Espíritu.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. (San Marcos 1,1-8)
En la segunda lectura del domingo anterior, san Pablo recordaba a los corintios que el llamamiento, la consolación de Dios, consistía en “Ser partícipes de la vida de su Hijo”. Y terminaba la lectura con: ¡Y Él es fiel!
Este domingo es san Pedro quien nos habla de la fidelidad divina: “El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. … (por tanto) Esperad y apresurad la venida del Señor, …
Apresurar su venida es prepararla, personal y comunitariamente. Es ir allanando todo lo escabroso que hay en mí, por el convencimiento de su Palabra y Espíritu.
Su presencia ya se siente en el anuncio, no en el de nosotros mismos, sino en el de Aquél que vino para darnos salvación en la esperanza, y que volverá para transformar esa esperanza en realidad.
Hablemos de corazón a corazón … alcemos las voces sin miedo … digamos a las ciudades: «Aquí está vuestro Dios. (Su nombre de siempre es “Nuestro Redentor) MIRAD, el Señor Dios llega con poder, …»
Joan Palero

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