jueves, 18 de febrero de 2021

Desde Roma (Pau Manent Bistué)

DESDE ROMA
 
Pau Manent Bistué es un seminarista de la Archidiócesis de Barcelona que se encuentra en Roma, ampliando estudios en Teología Fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana.
 
Desde EAB lo conocemos bien ya que hemos compartido muchas ilusiones y esfuerzos: formó parte unos años, antes de su ingreso en el Seminario de Barcelona, del grupo "Cinco panes y dos peces", unos de los grupos fundadores de EAB. Y en los años de seminarista ha colaborado en el grupo "5+2 junior", especialmente los veranos, en la actividad "Estiu junior".
Pau acaba de abrir una web (http://paumanent.es) con reflexiones y meditaciones cristianas. Desde EAB compartiremos algunas de estas magníficas aportaciones en nuestra web y nuestro facebook.
Estamos seguros que ésta de hoy, en el inicio de la Cuaresma, con el sentido del rito de la ceniza, y con la triple propuesta de la Iglesia para este tiempo (oración, ayuno y limosna), os va a resultar interesante y muy clarificadora.
Muchas gracias Pau por permitirnos sumar tu aportación "desde Roma" a nuestro servicio "con Roma".
MIRAD, ESTAMOS SUBIENDO A JERUSALÉN (Mt 20, 18)
Este miércoles 17 de febrero vamos a empezar un tiempo especial en la Iglesia, el tiempo de la Cuaresma. En este tiempo todos los hombres y mujeres son llamados a la conversión de sus vidas a fin de acercarse con espíritu renovado a Dios, nuestro amor primero, y a nuestros hermanos en la fe, que son el cuerpo de Cristo. Por eso expresa la liturgia de hoy con un gesto muy bíblico el inicio de este tiempo: la imposición de la ceniza.
Este rito de imposición de la ceniza hoy en día nos puede parecer un rito lejano, vacío de contenido. No obstante, es un símbolo muy fuerte que tiene sus raíces en el pueblo de Israel. Vemos, por ejemplo, que cuando el profeta Jonás llegó a Nínive para anunciar la destrucción de la ciudad si sus ciudadanos no se convertían, el rey decretó un ayuno de toda la población, y los ciudadanos se vistieron de saco y echaron cenizas sobre sus cabezas en símbolo de penitencia.
También, en tiempos del rey Asuero el pueblo de Israel sufría persecución a causa de su fe. La reina Ester tuvo que pedir el indulto del pueblo de Israel, y para que su súplica fuese escuchada se preparó durante tres días con ayunos y oraciones, se quitó sus vestidos reales para vestirse de saco, y dejó de
peinarse para echar ceniza sobre su cabeza.
Existen muchos otros casos en la Biblia dónde se nos recuerda este gesto penitente, pero me gustaría destacar por último el caso del justo Job. Job era declarado un hombre justo, es decir, sin pecado, un recto observante de la ley. Pero tras las desgracias que le acontecieron como prueba (la muerte de sus hijos, la pérdida de todas sus haciendas y la pérdida de la salud corporal, dando lugar a llagas por toda la superficie de su piel), el justo Job, afligido, se sentó en la puerta de su casa con la cabeza rapada, ceniza sobre su testa, y vestido de saco. Él, que según las escrituras no necesitaba convertirse, también realizó un recorrido penitencial para inquirir en su interior todos aquéllos apegos de los que debía liberarse y así amar más plenamente al Señor de la Vida. Y Dios se lo recompensó con una vida feliz.
Hoy, cuándo se nos imponga la ceniza sobre nuestra cabeza (sí, sobre nuestra cabeza y no en la frente como hemos venido haciendo en estos últimos años; la última instrucción de la Congregación del Culto Divino pide que se imponga la ceniza sin tocar a los fieles –por el Covid19-, y en la cabeza), debemos tener en cuenta que estaremos entrando en el orden penitencial, en un momento de preparación intensa dónde deberemos reconducir nuestras vidas hacia Dios, reconducir nuestro comportamiento de muertos hacia un comportamiento de vivos.
Para ello la Iglesia nos propone tres prácticas: el ayuno, la oración y la limosna. La oración, como decía santa Teresa de Ávila, es el diálogo amical con aquél que más nos ama. No debemos tenerle miedo a la oración pensando que es una pérdida de tiempo, un espacio vacío y aburrido donde no pasa nada… al contrario, la oración es el lugar privilegiado donde nosotros podemos tener una cita con el Señor, con aquél que primero nos ha amado. Si de verdad queremos convertir nuestras vidas hacia Dios, debemos mirar a Dios de frente, pedir la gracia de la conversión, restablecer los vínculos de amistad con Él. Del mismo modo que una pareja de enamorados no puede pasar ni 24 horas sin llamarse; ¿cómo podremos nosotros dejar pasar días y días sin dirigirle ni siquiera una mirada al Señor? ¿Sin escuchar su palabra? ¿Sin saludarlo en ningún momento del día? El Señor te ama y te llama, ¿vas de descolgar el teléfono y a hablar con Él?
Por otro lado, nuestra conversión debe pasar a través de la reconciliación con la Iglesia, el pueblo de Dios. Por eso se proponen las otras dos prácticas, el ayuno y la limosna. El ayuno es la práctica que nos acerca al sufrimiento de los que no tienen nada, de los echados y despreciados de esta sociedad. Debemos quitar de nuestro corazón todo aquello que lo llena de cosas banales y que lo adormecen: comilonas desmedidas, sexualidad descontrolada, ociosidad, amor al dinero… y muchos otros apegos; cada cuál piense cuáles son los suyos. No podemos reducir el ayuno a dos días al año en el que reducimos de forma más o menos fraudulenta la comida; el ayuno que quiere Dios es el ayuno del corazón, y éste de debe de practicar cada día, y más especialmente durante esta cuarentena. Además, un ayuno bien hecho nos ayudará a conocer mejor nuestros apegos, nos podrá en tensión y nos ayudará a limpiarlos, de manera que al final de este periodo tendremos una versión más sana de nosotros mismos.
Finalmente, la limosna, con la cuál hacemos partícipes al pueblo de Dios de nuestras riquezas. No se trata de dar mucho dinero, ni de dar aquello que nos sobra, sino de darnos a nosotros mismo como oblación para satisfacer el daño de nuestros pecados, hacernos copartícipes de la pasión de Cristo. Da tu tiempo en un voluntariado, ayuda a los vecinos de la escalera que necesitan salir a la calle a dar un paseo, llama a tus personas queridas que se encuentran lejos… haz tuyos el dolor de los otros a fin que Cristo haga suyos tus dolores: así Cristo será todo en todos mientras construimos el reino de Dios.
Al final de esta cuaresma la sociedad debe recibir una versión mejorada de nosotros mismos, una versión mejorada que ha sido posible por la gracia de Dios que actúa en nosotros. El Reino de Dios ya ha plantado su semilla en nuestros corazones, ¿la vas a regar?
 

Pau Manent

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