sábado, 10 de julio de 2021

Comentario a las lecturas del Domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo b) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)

 Comentario a las lecturas del Domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo b) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)

Domingo, 13 de julio de 2021
15º Tiempo Ordinario (Ciclo 😎
«No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel."» (Amós 7, 12-15)
La primera lectura de este domingo, junto a la del domingo anterior, pone nuevamente de manifiesto que ser profeta no es obra humana, ni algo hereditario, sino iniciativa y obra divina. En la primera lectura del domingo pasado -Ezequiel 2, 2-5- el espíritu toma la iniciativa y habita al Ezequiel, le pone en pie, le levanta como profeta, le habla y le envía. En la de este domingo, el Señor habla a Amós, le saca de junto al rebaño que le proporciona el sustento de su vida, y le envía a profetizar, es decir, a llevar y comunicar la Palabra que Dios quiere dirigir su pueblo. Una Palabra que en principio hiere, pero cuyo propósito es dar salud y vida.
Amós no es profesional de la religión, sino pastor y cultivador de higos. Esta es la gran diferencia que le distingue y enfrenta con el sacerdote de Betel, funcionario del santuario de la religión nacional establecida, quién además de no recibirle ni darle cabida y sueldo entre los profesionales del templo, le despide: “Vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país.”
Puede resultar curioso, pero esto no es nada nuevo. Casa-de-Dios está tan llena de palabras interesadas que no hay lugar para otra Palabra que no sea la que ellos dicen y creen que es la políticamente correcta.
Voy a escuchar lo que dice el Señor (Salmo 84)
Es muy posible que David sea el autor del Salmo que nos ocupa este domingo. David, al igual que Amós, es un hombre con corazón de pastor. No es hijo de rey, pero es escogido por Dios, y sacado de entre los rebaños de su padre para apacentar y reinar sobre el pueblo de Dios. No es un hombre perfecto, pero sí marcado por el espíritu y dispuesto a escuchar a Dios y proclamarlo:
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
Un hombre que ha experimentado que dice y escribe en palabras, ha sentido el peso y la gravedad de su pecado, y ha visto como Dios le ha tratado con misericordia y justicia:
“La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.”
Diez siglos antes de la encarnación del Hijo de Dios, vislumbró el plan de salvación que Dios había proyectado en Cristo, y que tan bien escribe san Pablo en la segunda lectura:
Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular (reunir) en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. (Efesios 1, 3-14)
Tarea que, llegado el momento, el Señor encomienda a los doce apóstoles: San Marcos 6,7-13; y que de manera similar en san Lucas 10, encomienda a un grupo de setenta discípulos. El número setenta, en la Biblia, indica lo mismo que siete: plenitud y totalidad.
“Ellos salieron a predicar la conversión” con autoridad que Jesús les dio sobre los espíritus inmundos, sin autoritarismos para con las personas. Desprovistos de todo y de manera desinteresada. A predicar el Reino de Dios, no el reino de su propiedad. Un Reino pensado y proyectado no para que se beneficien solo unos cuantos, sino para ser compartido, comunicado, difundido, ... a TODOS; particularmente a los que no pueden pagar con nada, ni siquiera con méritos, y con el fin de reunirlos en Cristo, no de separarlos de Él.
Joan Palero

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