martes, 29 de marzo de 2022

Una Iglesia Sinodal

UNA IGLESIA SANTA, CATÓLICA, APOSTÓLICA... Y SINODAL
Compartimos este interesante artículo de Daniel Palau, presbítero de la Diócesis de Sant Feliu, profesor de Ecumenismo en la Facultat de Teologia de Catalunya, publicado en la web del Arzobispado de Barcelona




 La propuesta que nos ha llegado de Roma, de animarnos a vivir un sínodo, no es fruto de una moda. No se trata, tampoco, de una estrategia pastoral o de una fuga de la realidad. Todo lo contrario. El papa Francisco no ha hecho nada más que invitar-nos a ponernos en camino para ser la Iglesia que Dios quiere que seamos, la Iglesia de las bienaventuranzas, realista, humilde, alegre, pobre y fiel al mandato del Amor que recibimos de Jesús.

Quizás el término “sínodo” resuene en nuestros oídos como algo extraño y nuevo, por esto, con acierto, se ha querido explicitar lo que hay detrás de esta palabra, ni más, ni menos, todo lo que afecta a la comunión, a la participación y a la misión. Estas son las palabras más frecuentes en nuestra vida cotidiana, y nos invitan a descubrirnos responsables de la Iglesia que nos acoge, que nos queremos y que proponemos con nuestra manera de vivir.

El sínodo, pues, parte de una clara convicción, enraizada en todos nosotros por el Sacramento del Bautismo: todos los bautizados entramos a formar parte de la familia eclesial, pero además, todos juntos no nos equivocamos en las cuestiones de fe. Gracias a este sentido de la fe, nos volvemos hombres y mujeres, capaces de compartir y vivir nuestra fe. Convergiendo, desde nuestras diferencias, en el Cristo. El Concilio Vaticano II, sin hablar directamente de la sinodalidad, sí que fue capaz de mencionar cuando sostenía la existencia de este sensus fideli fidelium pero también cuando sostuvo la importancia de la colegialidad de los obispos, sin descuidar el primado, obviamente. Sin entrar directamente en la cuestión, todo el Concilio respiró los aires y la convicción que la sinodalidad no era una cuestión estética, sino la manera sana de ser Iglesia.

Dentro de este contexto, y poco antes del cierre del Vaticano II, el papa Pablo VI quiso dar continuidad a la experiencia conciliar, instituyendo la celebración del sínodo con el motu proprio Apostolica sollicitudo (15-09-1965), para asistir al papa en el gobierno universal de la Iglesia. La propuesta del papa italiano afectaba básicamente al colegio episcopal, a los miembros de los cuales por la ordenación recibían el episcopado y así representaban las respectivas Iglesias locales. La estructura sinodal aparecía como una realidad vinculada a la actividad pastoral del primado, y no como algo vinculado a los Servicios curiales de Roma.

La realidad sinodal para ir despegándose paulatinamente, hasta al punto que con el pontificado de Juan Pablo II, se llegan a celebrar diferentes sínodos. Obviamente, la llegada del pontífice Wojtyla lo hizo posible, no tanto, el papa Ratzinger. En total, hasta el día de hoy, se han vivido hasta 27 sínodos. Normalmente, la metodología en cada uno de los sínodos era muy similar, dando pie en primer lugar a la elección de la temática que se tenía que debatir, y a partir de esta, se elaboraba una primera publicación, lineamenta, después de la cual le sucedía un texto más elaborado, el llamado instrumentum laboris, texto que servía para iniciar el debate en el aula sinodal. Después de este debate, se votaban las diferentes resoluciones, llamadas propositiones, y en último lugar el papa escribía una exhortación postsinodal. Curiosamente, el primer texto del papa Francisco, Evangelii gaudiunm, que venía de la celebración del sínodo sobre la nueva evangelización, no se llamó postsinodal, sino que con un empuje nuevo encabezó su pontificado con una exhortación apostólica.

Más allá de estos datos históricos postconciliares, es necesario reconocer algunas novedades significativas de esta propuesta reciente. El papa argentino ha querido iniciar este camino con una consulta con todo el pueblo de Dios, es decir, a todos los bautizados. Este hecho, que parece evidente en el plano teórico, no lo era tanto en el plano práctico, a pesar de algunos buenos intentos, todo sea ha dicho de paso. A veces, las dificultades y pobrezas, tristemente evidentes, de la pastoral, y en otras situaciones la falta de una visión global y generosa de la misión, han ido provocando un retroceso histórico en esta práctica. El referente de la Iglesia primitiva y de la Iglesia medieval, por ejemplo, era sinodal, también lo fueron las acciones de los papas Pío IX y Pío XII en las declaraciones dogmáticas respectivas sobre la Inmaculada y la Asunción, más recientemente.

La audacia del papa Francisco no solo la encontramos en el hecho de recuperar lo que somos, sino de animarnos a llevarlo hacia adelante. Por tanto, estamos invitados a hacer un ejercicio sincero de discernimiento eclesial para encontrar qué es lo que Dios quiere de nosotros en este momento de la historia. El Espíritu de Dios guía, habita, rejuvenece y acompaña al pueblo que confía y cree. Cada giro de la historia nos exige una respuesta valiente y generosa, pero también sincera respecto a lo que nos propone Jesús a lo largo de su vida. ¿Cómo “caminamos juntos” los que nos llamamos cristianos? ¿Nuestras estructuras eclesiales son cercanas al ejercicio necesario del discernimiento? Y, ¿cómo caminamos por este mundo nuestro con aquellos que tienen otras creencias? O bien, ¿con aquellos que nos dicen que no tienen fe? Y sobre todo, ¿cómo “caminamos juntos” con los pobres?

Es necesario especificar que el sínodo no nos puede situar en la tesitura de una visión democrática, ni autocrática, de la Iglesia. No. Hemos de sumergirnos por el camino del discernimiento, a encontrar el consenso necesario que nos permita a todos los miembros de la Iglesia a ver según el Espíritu y con el Espíritu. Esta referencia no solo nos sitúa en la comprensión del sínodo como un camino espiritual, sino que también un camino que nos ha de hacer capaces de visibilizar la comunión, la participación y la misión a la que estamos llamados. Este paso hacia la concreción existencial y comunitaria de que el Espíritu nos va indicando no es, no ha sido, ni será un ejercicio fácil, pero tendremos que aprender, y sobretodo hará falta pedirnos con caridad, unos y otros, vivir nuestra fe con madurez, sin personalismos, centrados en Jesucristo y sin referencias secundarias.

El papa Francisco ha abierto el tercer milenio de la Iglesia haciéndonos descubrir la importancia de la sinodalidad. Seguramente, su gran aportación, juntamente con la percepción de descubrir la alegría como un hecho esencial de quienes nos llamamos cristianos. ¿Seríamos de verdad la Iglesia que Dios  quiere que seamos? Pongámonos en marcha y pidámosles al Espíritu que nos enseñe cuál es su camino.

Daniel Palau Valero
Sacerdote diocesano de sant Feliu

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