domingo, 15 de noviembre de 2020

Lectura Domingo XXXIII. Parábola de los Talentos

 Comentario a las lecturas del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo A) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)


Domingo, 15 de noviembre de 2020

33º Tiempo Ordina
rio (Ciclo A)


Con el capítulo 25 del evangelio de san Mateo, terminaremos el año litúrgico en este ciclo A. Y antes de que el evangelista nos relate la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en sus tres últimos capítulos, en este nos presenta a Jesús en la parábola de las diez vírgenes: Como al Esposo que viene al encuentro de su amada. Como al Señor y dueño de todo, quién yéndose lejos, repartió entre sus empleados todos sus bienes. Y como Rey Soberano del universo, que, con justicia y verdad, juzgará a las naciones. 


Jesús, hablando en parábolas, da cumplimiento a las palabras del profeta: … y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: = Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. = (S Mt 13, 34-35)

Con lenguaje adaptado a lo sencillo y actual en aquel momento, Jesús atrae el interés y atención de sus oyentes, persiguiendo que a través de lo sencillo y actual, los sencillos puedan entender verdades ocultas y eternas; y, además, no las olviden fácilmente.


La parábola de este domingo, la de los talentos, es la parábola más significativa de Jesús en cuanto a la confianza que Él ha depositado en todos y en cada uno de los que le escuchamos. Tal vez, para entender mejor esta parábola, nos ayude un poco meternos en la mente y cultura de aquel tiempo, y recordar cuál era el valor de lo que Jesús confiaba a sus siervos.

 

Un talento era una medida de peso que equivalía a cerca de 60 minas, 3.000 siclos o 34 Kg de plata u oro... Un trabajador promedio ganaba dos óbolos por el trabajo de un día. Un talento, en el caso de ser de plata, representaba 36.000 óbolos, lo que es igual a 18.000 días de trabajo… Aproximadamente, unos 50 años de trabajo. Todo esto es lo que aquel hombre confió, en una sola entrega, al menos capacitado de todos sus siervos, a aquél que le dio “un solo talento”, 34 Kg de plata. Toda una fortuna en sus manos, y no hizo nada.


Viéndolo desde esta perspectiva, nos hacemos más conscientes del porqué de la decisión del amo al quitarle el talento al que, escondiéndolo por miedo, había desvalorizado el talento y la confianza de su amo. No basta con sobrevivir, ni con mantener, hay que vivir e invertir. 


Tras la obra redentora de Jesús, nos convenía que Él se fuera, solo así podría enviarnos el mayor de los dones, el del Espíritu de Vida, capaz de hacernos y hacer nuevas todas las cosas. Los que hemos creído en Él, ya no somos como aquellas diez doncellas del domingo pasado, amigas de la Esposa, sino Iglesia Esposa de Cristo. Ahora, Jesús ya nos llama siervos, sino amigos. (San Juan 15, 15) Ahora, después de haber gustado su amor, no queda lugar para el miedo, porque el amor hecha fuera todo temor. Jesús, después de haber ocupado nuestro lugar, habiendo dado su vida por nosotros, la volvió a tomar, y subiendo a lo Alto, repartió sus dones entre los hombres. 


A todos, por encima de vanas creencias, se nos ha confiado el don de la fe, íntimamente ligada a la Palabra y al Espíritu de luz y vida. El Hijo, por amor al Padre y al mundo, se nos ha dado en totalidad. Y por su Espíritu, vive y opera en nosotros, confiándonos su propia vida y obra. Vivir a Jesús es fructificar, trabajar, invertir la vida en la suya y en su causa de amor, en silencio, sin apariencias ni expectación. No vivirlo es contristarlo, apagarlo, esconderlo… tenerlo sin poseerlo. 


¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Lo que recibimos es porque Dios vio nuestras capacidades para desarrollarlo y multiplicarlo. No hay que tener miedo, el miedo se quita enfrentándolo. Sin tu talento, a todos nos falta algo.                               


Joan Palero

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