domingo, 17 de enero de 2021

Lectio del Evangelio del Domingo II del Tiempo Ordinario (Ciclo B) de nuestro colaborador Hno. Pepe Pedregosa (Madrid)


 

Verdad – Lectura

En cualquier período de la historia, en ambientes diversos, hombres de todas las razas y nacionalidades se han planteado a sí mismos las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Son las preguntas que, de alguna forma, dan sentido a nuestra vida. Una vida que está en continua búsqueda. La búsqueda de la felicidad, de la trascendencia, de lo infinito, la búsqueda, en definitiva de Dios. Ya lo decía san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti».

En un contexto muy parecido a éste, tiene lugar, la experiencia de encuentro con el Maestro de los primeros discípulos y que tan bellamente nos narra Juan en estos poco versículos. Así es; un día cualquiera de la vida de aquellos primeros discípulos, al día siguiente; ese día, alguien, Juan el Bautista, les indica dónde pueden colmar ese anhelo de felicidad que toda persona humana lleva dentro. Jesús pasa junto a ellos, lo mismo que pasa junto a ti y junto a mí. Lo ven y Juan les dice: «Este es el Cordero de Dios». Ahí va quien puede colmaros de felicidad. Y aquellos discípulos le siguen.

Ha sido el testimonio de Juan, el que ha impulsado a los dos discípulos a seguir a aquel desconocido. Es interesante detenernos por un instante en esta expresión: le siguieron. Es mucho más que caminar junto a alguien o pasear. Seguir quiere decir que uno se involucra con la persona seguida, de alguna manera comparte sus mismos sueños, objetivos, metas; es el otro quien marca la dirección y el ritmo durante el camino; de alguna manera, nos abandonamos a esa persona y vamos tras ella. Así es, Juan y Andrés van detrás de Jesús porque quieren vivir la vida a tope. Ahora bien, aquellos dos discípulos estaban abiertos, atentos, en búsqueda… por eso son capaces de acoger la invitación de Juan para seguir a Jesús.

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Al darse cuenta Jesús de que le siguen, se vuelve y les interroga: «¿Qué buscáis?» Es la síntesis de los interrogantes anteriores que nos hacíamos al principio de esta página. ¿Qué buscas? Una pregunta que nos podemos hacer cada uno de nosotros personalmente y que podemos hacer a cualquiera de nuestro alrededor, y nos daremos cuenta de que todos buscamos lo mismo, aunque le llamemos de distinta manera: la felicidad.

Han percibido que aquel Hombre: Jesús, puede colmar su sed de felicidad que quieren permanecer con él: ¿Dónde vives? Queremos permanecer contigo, queremos vivir contigo, queremos estar junto a ti, queremos vivir tu modo de vivir.

Jesús accede inmediatamente a su petición, pero no les da una dirección concreta. No; les invita a experimentar su vida: «Venid y lo veréis». Jesús no es información, no es lectura acerca de su vida y milagros, no es lo que han dicho o me dicen de él, Jesús es experiencia de vida y si quiero conocerlo, lo más acertado es experimentar su propia vida. No importa la información que tenga, lo que haya oído, lo que me hayan dicho; lo importante es experimentar con Jesús. «Solo te conocía de oídas; pero ahora, en cambio, te han visto mis ojos» (Job 42,5).

«Y se quedaron con él aquel día». Comienzan a hacer comunidad. Jesús, seguramente va dialogando con ellos, les va aclarando cosas, les va dando respuestas, les va contando sus deseos, sus ilusiones, sus sentimientos… ellos le escuchan, le interrogan, le hablan de sus anhelos, sus esperanzas, sus inquietudes, sus sueños… Van compartiendo vida entre ellos. Y aquí es donde está el verdadero «quid» de la cuestión. Compartir la vida, comunicar la vida, experimentar al vida… en definitiva, hacer comunidad.

Un encuentro de tal calibre, una experiencia como la vivida por los dos discípulos, no puede guardarse para uno mismo. Ha de comunicarse, ha de compartirse, no se la puede uno guardar para sí mismo. Por eso, Andrés, siente la necesidad de contarle a su hermano Simón lo que había acontecido aquel día, tenía que contar lo que había experimentado, sentido, acogido y entregado junto a Jesús. Hemos de contar gozosos, llenos de dicha desbordante, con una alegría inusual, nuestra experiencia de Jesucristo, nuestro encuentro con el Maestro: «Hemos encontrado al Mesías». Fijaos bien, que el evangelista nos dice: «Hemos»; no dice, «he». Y esto, sencillamente, porque la experiencia de Jesús es siempre comunitaria, aunque uno la viva de manera personal, pero siempre media la comunidad.

 

 

Al principio, no somos conscientes de la importancia, ni de la trascendencia de este encuentro. Puede parecernos un encuentro más de los muchos que se producen en nuestra vida. Pero cuando nos damos cuenta del proceso de crecimiento que hemos experimentado en él, no podemos menos que manifestarlo, comunicarlo, testimoniarlo a los demás: «Hemos encontrado al Mesías». No hemos encontrado a una persona cualquiera, no hemos encontrado si quiera a una persona excepcional, no hemos encontrado al número uno en tal o cual materia… Nos hemos encontrado con el Mesías, nos hemos encontrado con el Dios Vivo, nos hemos encontrado con Dios hecho hombre. Y Él ha colmado nuestros anhelos de libertad, de felicidad, de amar.

Andrés da testimonio, narra, transmite su propia experiencia, pero lo hace con convicción, lo hace con atractivo, lo hace con ganas de contagiar. El Papa Pablo VI (hoy ya santo) decía que «hoy día, más que maestros necesitamos testigos», personas que nos transmitan su experiencia de encuentro con Jesús. Eso es lo que debemos hacer nosotros, debemos seguir el mismo itinerario que siguieron estos primeros discípulos: Estar atentos a los signos del paso de Dios por nuestra vida, ¿qué buscáis?, ¿dónde vives?, venid y lo veréis, fueron, vieron y lo contaron a otros.


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