sábado, 27 de febrero de 2021

Comentario a las lecturas del Domingo II de Cuaresma (Ciclo B) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)


Domingo, 28 de febrero de 2021
2º Cuaresma (Ciclo B)
No es tiempo para acampar en pensamientos y buenos pareceres. Es tiempo de caminar, diría santa Teresa. De dejar de mirar las sombras del pasado y contemplar la realidad presente viendo a Jesús. Es tiempo de fortalecer la fe en la escucha de su Palabra que, con el poder del Espíritu que la acompaña, lo transforma y lo transfigura todo a imagen del Hijo amado.
Ante las palabras de Pedro: “¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas.”, la presencia de Dios les envuelve, dirigiendo sus oídos y miradas hacia Jesús: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. (Marcos 9,2-10)
La primera lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18, presenta a Abrahán, al que la Biblia llama “el padre de la fe”. Un hombre que, tras la escucha de la Palabra de Dios, ha sido cambiado. No en su aspecto, sino en la esencia de su vida y naturaleza.
Dios le ha visitado, manifestándole sus planes, en el campamento de su desgraciado bienestar. Y por la fe que viene del oír a Dios, lo deja todo: sus dioses y creencias, su historia y raíces.
Tras el encuentro con la realidad de Dios, vislumbra un nuevo horizonte, y, con ello, toma una orientación decisiva. Sale de su tierra y de entre su parentela, dejando atrás sus propias seguridades y a sí mismo. Dios mismo se hace cargo de él, camina con él, y le guía por un nuevo camino, siempre empinado y hacia arriba.
El Señor ha ahogado la desgracia que Abrahán sufría en su tienda, la de no tener descendencia. Aun así, ama y no puede desvincularse de su sobrino Lot, y en su cariño carnal lo hace partícipe de su aventura. Pronto surgen los problemas entre ellos, a causa de los apegos y negocios de este mundo, y en mutuo acuerdo, Lot se separa de su tío eligiendo la llanura fértil, acampando en lo fácil, en lo atrayente y cómodo, pero que al final siempre nos lleva a la destrucción, hasta Sodoma.
En cambio, Abrahán camina con Dios hacia Hebrón, una ciudad del país montañoso de Judá. Allí acampa en el encinar de Mamre, al que llama: “Lugar de las Promesas de Dios”.
Qué bueno es acampar en las promesas del Señor y contemplar todos sus beneficios, pero ese no es el plan definitivo que Dios tiene para la fe de Abrahán. El Señor busca librarle de ese tipo de fe estancada, acampada, acomodada, adaptada a lo que me parece bueno y fácil, que me gusta, y de la que saco provechos personales. Una fe que, con el tiempo, no tarda en extenderse (como las tiendas de Lot) hasta llegar una vida de fe insustancial, frívola e infecunda.
El amor de Dios por Abrahán y todo creyente, es tan grande y celoso, que, no quiere que nos perdamos la bendición de creer, llevando una vida acampada.
Es instintivo amar a Dios cuando nos hace ver lo increíble y nos da lo imposible, pero también es humano e instintivo acostumbrarse a ellas, estacionarse, centrarse en el Isaac de nuestro deseo, de satisfacción cumplida, olvidando que la fe es Camino empinado de renuncia y sacrificio. Dios enseñará a Abrahán, que, es en la entrega incondicional donde todo se encuentra y reencuentra.
2ª Lectura: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? (Romanos 8,31b-34)
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»
La Cuaresma, a través de sus exigencias, invita a considerar el amor extremado de Dios. Amor que trata de elevarnos hacia Él, a través del monte designado del sacrificio.
Dios no se contradice, no da para después quitar. Él pide, no quita, y lo que pide al hombre es para que este pueda encontrarlo todo Él.
A la pregunta de Isaac: Padre. «Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?»
Dijo Abraham: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.» Y siguieron andando (creyendo y obedeciendo) los dos juntos. El patriarca sabía, como tiempo después escribiría el salmista, que: “Caminaba en presencia del Señor en el país de la vida.” (Sal 115)
Abrahán no discute ni negocia, confía en que Dios proveerá. Su confianza le lleva a creer que incluso después de habérselo sacrificado a Dios, se lo devolverá. Pues Dios no podía desdecirse de sus palabras: Por tu descendencia en Isaac serán benditas todas las familias de la tierra.
Después de la experiencia que Pedro, Santiago y Juan, han vivido con Jesús en el monte (Tabor), les es ordenado no decir nada de lo que han visto, “hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
¡Qué razón tiene Jesús! Es mejor callar, no hablar ni testificar, hasta que la fe sea configurada a la realidad de Cristo. Será en la escucha de su Voz, que el Espíritu los transformará y los transfigurará a su imagen, después de ver lo que ocurra en el monte Calvario, y en los tres días después. Entenderán que, es muriendo donde se empieza a vivir, y que subir con Dios es bajar más cerca de los hombres.
No propondrán la fe con el marketing de sus aspectos más brillantes, sino a través del encuentro con Dios. Esto será lo que lleve a la humanidad a una vida de relación pasional y amorosa, de toma y dale, con El Dios que desde siempre nos amó primero.
Joan Palero

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