domingo, 29 de agosto de 2021

Comentario de las lecturas del Domingo XXII del Tiempo Ordinario (ciclo b) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)

 Comentario de las lecturas del Domingo XXII del Tiempo Ordinario (ciclo b) de nuestro colaborador Joan Palero (Valencia)

Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo B
Deuteronomio 4,1-2.6-8
Moisés invita a Israel, no a que le escuchen, ni a que se escuchen a sí mismos, sino a ser pueblo que vive a la escucha de Dios. La Palabra que de parte de Dios les dirige es palabra viva que les vivificará: “Así viviréis”; les hará salir de sí y los llevará a entrar y tomar posesión de todo cuanto Dios les promete: “y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.”
Esa Palabra no solo es vida que vivifica al que la escucha, también es palabra eficaz que transforma y santifica. Ella, acompañada del Espíritu de Dios, es la que lleva a término los planes y designios de Dios. Es plena, escueta y concisa, no hay nada que añadirle ni tampoco nada que restarle. Cuando es escuchada y aceptada dócilmente, es plantada en el corazón, y capaz de salvar al hombre y la mujer de todos los tiempos. (Santiago 1,17-18.21b-22.27) Encarnada y viva en el pueblo, será la sabiduría y la inteligencia que sorprenderá y atraerá a todos los pueblos, los cuales dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente."
Aunque Moisés es hombre, la palabra que dirige a Israel no es humana, sino Divina. Su poder no es mágico, ni reside en la sabiduría y la inteligencia que ellas mismas encierran, su poder está en que esa Palabra es Dios mismo operando en el hombre: “… y la Palabra era Dios.” (S Juan 1, 1)
Ella ha querido hacerse cercana viniendo a habitar entre la humanidad. Como creación de Dios, nos hace más humanos, pero, además, nos engendra de Él, nos hace hijos suyos y hermanos de toda la humanidad: Dios, “Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas.”
También Salomón, rey de Israel, en el libro de los Proverbios invita a escuchar a Dios y a tener conocimiento de Él a través de su Palabra: "Aplica tu mente a la instrucción (a la Ley y sus preceptos), y tu oído a las palabras de la experiencia (a la tradición de tu pueblo). … (pero) Hijo mío, si tu corazón se hace sabio, se alegrará también mi corazón.” Prov 23, 12.15.
Mucho más allá de los oídos y la mente, Dios quiere penetrar en el hombre y hablarle de Corazón a corazón. Busca entrar y encontrar cabida en la habitación más íntima y vital del ser humano: “el corazón”. Ese espacio donde, dependiendo de qué o de quién lo habite, se fraguan y desarrollan las vidas de las personas.
Jesús no busca una relación impersonal y con límites. Su propósito es el de entrar y quedarse a cenar contigo y conmigo, el de celebrar juntos, y desde la intimidad más íntima, la Fiesta de la Vida con verdadera sabiduría y alegría de corazón.
Algunos, solo le abren la puerta del oído; otros son capaces de abrirle también sus mentes, y le dejan pasar hasta el recibidor, pero sin dejarle pasar a los lugares más recónditos y personales, el corazón de la casa, los lugares que más hablan de nosotros mismos, donde todo se cuece y se cocina, donde uno se alimenta y pasa a ser lo que come. Es la religión humana de las apariencias externas, un culto vacío de Dios Palabra y Espíritu, tejido de palabras y esfuerzos humanos que disfrazan y limpian mi vida exterior, pero no mi realidad. (San Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
Dios: “Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos.” Prov 23, 26
Yo: Hazme entender, Señor, para guardar tu ley y observarla de todo corazón.
Joan Palero





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