sábado, 14 de agosto de 2021

San Maximiliano Kolbe. 60 años de su muerte



De Vatican News:

https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2020-08/maximiliano-kolbe-al-dar-su-vida-por-un-hermano-se-asemejo.html


Encarnó perfectamente las palabras del Señor

Tras ser venerado como “Beato” desde el año 1971, el domingo 10 de octubre de 1982, San Juan Pablo II canonizó a su compatriota Maximiliano Kolbe en la Plaza de San Pedro. La homilía del Pontífice polaco comenzaba con las palabras del Evangelista San Juan: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”, que este Santo supo encarnar a la perfección, puesto que, como dijo el Papa Wojtyła, a partir de ese día “la Iglesia quiere llamar ‘santo’ a un hombre a quien le fue concedido cumplir de manera rigurosamente literal estas palabras del Redentor”. Y recordaba:

Hacia finales de julio de 1941, después que los prisioneros, destinados a morir de hambre, habían sido puestos en fila por orden del jefe del campo, este hombre, Maximiliano María Kolbe, se presentó espontáneamente, declarándose dispuesto a ir a la muerte en sustitución de uno de ellos. Esta disponibilidad fue aceptada, y al padre Maximiliano, después de dos semanas de tormentos a causa del hambre, le fue quitada la vida con una inyección mortal, el 14 de agosto de 1941.

Juan Pablo II recordó en su biografía que “todo esto sucedía en el campo de concentración de Auschwitz (Oswiecim), donde fueron asesinados durante la última guerra unos cuatro millones de personas, entre ellas Edith Stein (la carmelita sor Teresa Benedicta de la Cruz), a quien el mismo Santo Padre canonizaría años más tarde, el 11 de octubre de 1998. El Papa Wojtyła también dijo en su homilía:

“La desobediencia al mandamiento de Dios creador de la vida: ’No matarás’, causó en ese lugar la inmensa hecatombe de tantos inocentes. En nuestros días, pues, nuestra época ha quedado así horriblemente marcada por el exterminio del hombre inocente”

Reivindicó el derecho a la vida en un lugar de muerte

De manera que – afirmó Juan Pablo II – el Padre Maximiliano Kolbe, “prisionero del campo de concentración, reivindicó, en el lugar de la muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente, uno de los cuatro millones”. Y de hecho aquel hombre, Franciszek Gajowniczek, vivía entonces y estaba allí presente entre quienes participaban en la solemne ceremonia de canonización.

“El Padre Kolbe reivindicó su derecho a la vida, declarando la disponibilidad de ir él mismo a la muerte en su lugar, ya que ese hombre era un padre de familia y su vida era necesaria para sus seres queridos”

Dio testimonio de Cristo

“De este modo – prosiguió Juan Pablo II – el Padre Maximiliano María Kolbe reafirmó así el derecho exclusivo del Creador sobre la vida del hombre inocente y dio testimonio de Cristo y del amor. Así, escribe, en efecto, el Apóstol Juan: ‘En esto hemos conocido la caridad: en que Él dio su vida por nosotros; y nosotros debemos dar nuestra vida por nuestros hermanos’”.

Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de los justos

Al poner de relieve el valor especial que a los ojos de Dios tiene la muerte por martirio del Padre Maximiliano Kolbe, San Juan Pablo II dijo al recordar el Salmo 115 que reza: “Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de los justos”:

“Mediante la muerte de Cristo en la Cruz se realizó la redención del mundo, ya que esta muerte tiene el valor del amor supremo. Mediante la muerte del Padre Maximiliano Kolbe, un límpido signo de tal amor se ha renovado en nuestro siglo, que en tan alto grado y de tantos modos está amenazado por el pecado y la muerte”

Modelo de todos los mártires

El Papa polaco invitaba a glorificar aquel día las grandes obras de Dios en el hombre. Y a hacerlo porque “ante todos nosotros, reunidos aquí, el Padre Maximiliano Kolbe levanta el cáliz de la salvación, en el que está recogido el sacrificio de toda su vida, sellada con la muerte de mártir por un hermano”.

Maximiliano se preparó a este sacrificio definitivo siguiendo a Cristo desde los primeros años de su vida en Polonia. De aquellos años data el sueño arcano de dos coronas: una blanca y otra roja, entre las que nuestro santo no elige, sino que acepta las dos. Desde los años de su juventud estaba invadido por un gran amor a Cristo y por el deseo del martirio.

“Este amor y este deseo lo acompañaron en el camino de su vocación franciscana y sacerdotal, para la que se preparó en Polonia y en Roma. Este amor y este deseo lo siguieron a través de todos los lugares de su servicio sacerdotal y franciscano en Polonia, y en su servicio misionero en Japón”

La inspiración de toda su vida fue la Inmaculada

Hacia el final de su homilía San Juan Pablo II afirmó que “Dios probó a Maximiliano María y lo encontró digno de sí. Lo probó como oro en el crisol y le agradó como un holocausto”. Y añadió que “semejante vida es fruto de la muerte a la manera de la muerte de Cristo. La gloria es la participación en su resurrección”.

“El fruto de la muerte heroica de Maximiliano Kolbe perdura de modo admirable en la Iglesia y en el mundo (…). La Iglesia acepta este signo de victoria, conseguida mediante el poder de la redención de Cristo, con veneración 

Apóstol infatigable de la devoción a la Inmaculada

A la hora del rezo del Ángelus y después de la solemne ceremonia de canonización, San Juan Pablo II recodaba “las inspiradas palabras del nuevo Santo, Maximiliano María Kolbe, apóstol infatigable de la devoción a la Inmaculada” quien destacaba el misterio de la Encarnación del Verbo en el seno purísimo de María Santísima afirmando:

María según San Maximiliano Kolbe

“Al cumplirse el tiempo de la venida de Cristo, Dios Uno y Trino crea exclusivamente para Sí a la Virgen Inmaculada, la colma de gracia y habita en Ella (‘El Señor es contigo’). Y esta Virgen Santísima con su propia humildad cautiva de tal manera su Corazón, que Dios Padre le da por Hijo a su propio Hijo Unigénito; Dios Hijo desciende a su seno virginal, mientras Dios Espíritu Santo plasma en Ella el cuerpo santísimo del Hombre-Dios. Y el Verbo se hizo carne como fruto del amor de Dios y de la Inmaculada”.

“María es el don maravilloso que Cristo ha hecho a la Iglesia y a la humanidad. Para atraer a las almas y transformarlas mediante el amor, Cristo manifestó el propio amor iluminado, el propio Corazón inflamado de amor por las almas, un amor que le ha impulsado a subir a la cruz, a permanecer con nosotros en la Eucaristía y a entrar en nuestras almas y a dejarnos en testamento su propia Madre como Madre nuestra”


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