Domingo 24º Tiempo Ordinario (Ciclo
Es verdad que la fe nos viene por el oír (Romanos 10, 17), pero no por oír palabras, sino la Palabra de Dios (Cristo). Cuando Jesús es la causa de nuestra fe, Él mismo produce el efecto de la fe en nosotros: las obras que por Él y en Él nos salvan.
Jesús es más que la Palabra dicha, Él es Palabra que obra.
Con el obrar de sus manos y con la palabra “Effetá” (ábrete), abrió el oído al sordo en el evangelio del pasado domingo. Es el mismo Señor que, en la primera lectura de este domingo (Isaías 50, 5-9ª), despierta y abre el oído para que podamos escucharle como discípulos que, enamorados de su Maestro, le siguen y le obedecen en el amor, sin imposiciones, sin estacionarse ni mirar atrás. Discípulos que, tras en encuentro con Dios, han sido persuadidos y transformados. Que creen, pero no de oídas, sino por lo que han visto, escuchado y palpado en la realidad de sus vidas y de su entorno.
“El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás…”
Cuán importante es que haya sido el Señor, y no otro ni otra cosa, el que nos ha abierto el oído para escuchar la Palabra de su testimonio, y no el testimonio incoherente de lo que dicen y piensan los demás. Cuando Él es el autor y consumador de la fe que nace y se desarrolla a la escucha a Dios, (por encima de la escucha de sí mismo y de las opiniones ajenas), nos lleva a la realidad de que Jesús es el Cristo, el Mesías que nos salva de todo y de nosotros mismos.
Jesús sabe que el oído humano es fuente de las más variadas creencias, y no quiere que sus discípulos crean en cualquier cosa, ni siquiera en Él de oídas, sino de vividas.
“… por el camino, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» (San Marcos 8,27-35)
En el evangelio de san Mateo, tras esta declaración de Pedro, Jesús le afirma que lo que ha confesado no le ha sido revelado por los hombres, sino por el Padre. Dios le ha abierto el oído a Pedro para que reciba esta revelación, pero a pesar de ello, Pedro aun no había aprendido a no escucharse a sí mismo, su confesión de fe eran solo palabras, cosa que el mismo Jesús le recrimina: ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? (2ª Lectura: Santiago 2,14-18)
Confesar con palabras que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, es algo que los espíritus inmundos también sabían y saben hacer. Es muy común creer en Jesús por lo que otros han dicho, de acuerdo con opiniones ajenas, creer y actuar como hombres.
Ahí es donde llego a la conclusión de que lo importante, porque en realidad es lo que me salva de todo, y hasta de mí mismo, es: ¿Quién es Jesús para mí? Y si digo que es mi Salvador, que lo crea con el corazón y lo diga con la vida, como más tarde lo hizo Pedro y los demás discípulos.
Basta ya creer de oídas, y de vivir como los hombres sin fe más allá de sí mismos.
Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos.
Por eso me retracto y me arrepiento echado en el polvo y la ceniza. (Job 42, 5-6)
Joan Palero
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