sábado, 8 de enero de 2022

Lectio Domingo Bautismo Señor

 LECTIO DEL EVANGELIO DEL DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (ciclo c) (Lc 3, 15-16.21-22)

Joan Palero
Después de que Jesús naciera en Belén, los evangelios guardan casi treinta años de silencio acerca de la vida del Señor. Un silencio que solo san Lucas interrumpe una vez: Cuando Jesús, a la edad de doce años, sube con sus padres al Templo en Jerusalén (Lc 2, 41-52). Entre los doce y trece años era la edad en que un niño israelita de su tiempo dejaba de ser niño y pasaba, con cierta madurez y responsabilidad, a ocuparse de su formación integral con miras al futuro. En este relato, la pluma inspirada de san Lucas recalca la madurez humana y espiritual de Jesús, una comprensión de Dios y de sí mismo tan fuera de lo habitual que ni sus propios padres alcanzaban a comprender:
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.
En el evangelio de este domingo, el evangelista nos habla de un nuevo nacimiento de Cristo. Esta vez del agua y del Espíritu. Un renacer de Dios que el mismo Señor le presentará a Nicodemo como imprescindible para poder entrar en el Reino: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu.
No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto.” (S Juan 3)
LECTIO:
15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo;
Treinta años de silencio y total normalidad eran suficientes para ver que las cosas seguían igual o peor, y perder la pista de Aquél cuyo nacimiento había sido obra de la sombra del Poder del Altísimo y el sí de María.
Qué bendición cuando no se pierde la fe a causa de la normalidad y la cotidianidad de la vida. Cuando lo cotidiano es santo. Cuando la fe no depende de acontecimientos extraordinarios, sino del saberse amados por Dios y esperanzados en Él. Cuando a pesar de poder experimentar largos silencios de parte de Dios, no olvidamos todo lo que Él ha dicho y ha hecho. En las aparentes ausencias y silencios de Dios, podemos equivocarnos, dar riendas a los pensamientos de nuestro corazón, poner nuestra esperanza en algo o alguien equivocado. Pero Dios es Palabra, Él no calla para siempre. Lo importante es querer escucharle, saber reconocer la voz del que nos habla, y dejar llevar nuestras miradas y pensamientos hacia Jesús.
MEDITATIO:
16 respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Juan, como voz que clama, rompe ese silencio a los que no han perdido la esperanza, preparando sus oídos para que posteriormente escuchen y distingan la Voz de Dios.
Consciente de su fragilidad y de su impotencia para salvar, bautiza a la gente con un bautismo de arrepentimiento y de buenas intenciones para con Dios, pero que no engendra ni genera vida. Sabe que su bautismo es una preparación al verdadero Bautismo, el que Jesús realizará y con el que dará vida al mundo.
ORATIO:
21 Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo,
Jesús sabe que, para poder bautizar con Espíritu y fuego, primero es necesario ser bautizado por Juan, cumpliendo y satisfaciendo la justicia divina. Que es necesario identificarse completamente con la humanidad, participar de ella en todo (menos del pecado), y asumirla completamente (haciéndose así mismo pecado para salvarnos del pecado).
Benedicto XVI, en la audiencia general del miércoles 9/1/2013, decía:
“… que la salvación aportada por Dios, hecho carne en Jesús de Nazaret, atañe al hombre en su realidad concreta y en cualquier situación en la que se encuentre. Dios ha asumido la condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para que podamos llamarlo, en su Hijo unigénito, con el nombre de 'Abba, Padre' y ser verdaderamente hijos de Dios”.
Jesús se hace uno con la humanidad, para que por el bautismo de su Espíritu nosotros podamos ser uno con Él y, por lo tanto, participemos de su naturaleza, filiación y misión salvadora, en su tarea de servir y salvar a los hombres. En la medida que lo experimentamos, podemos oír a Dios decirnos a nosotros también: “Tú eres mi hijo o hija amado/a”.
CONTEMPLATIO/ACTIO:
22 y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado.»
El hecho de que Dios en Jesús asuma nuestra realidad es lo único que de nuevo nos abre los cielos. El mismo Espíritu que engendró a Jesús en el seno de María virgen, ahora, en su bautismo baja sobre Él en forma corporal, plena y visible, al tiempo que la Voz del Padre da testimonio de que Él es su Hijo. Este Espíritu es el mismo que HOY nos anhela celosamente, el que también da testimonio a nuestro corazón de que somos hijos de Dios en unión y participación del Hijo. El Espíritu que nos lleva y dirige.
Ya pasó la navidad, hoy es día de romper silencios asumiendo las realidades, propias y ajenas. Día de que, sabiendo y sintiéndonos ser hijos, hagamos concretos los frutos del Espíritu.
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