sábado, 12 de diciembre de 2020

“Yo soy la voz” Lectio Divina del evangelio del Domingo III de Adviento “Gaudete” – Ciclo B


VERDAD – LECTURA

Evangelio:  Jn 1,6-8.19-28

            Hoy III Domingo de Adviento la liturgia nos presenta un texto evangélico en dos partes: el primero, la constatación de que Juan el Bautista no era la luz (6-8); el segundo, la misión de Juan (19-28).

            Pero, antes de adentrarnos en el comentario de este evangelio, pongámoslo en contexto. El Evangelio de Juan fue escrito al final del siglo primero. En aquel tiempo, muchos judíos y también los cristianos habían tenido contacto con Juan el Bautista o, probablemente, habían sido bautizados por él. A simple vista el movimiento de Juan y el de Jesús eran bastantes similares. Ambos anunciaban la llegada inminente del Reino y ambos exigían la conversión de los pecadores. Por eso era importante aclarar las cosas.

            En los versículos 6-8, el autor del cuarto evangelio quiere dejarnos claro que el Bautista no es la luz. Únicamente es testigo de la luz. La luz verdadera es Jesús. Juan es el último de los profetas del Antiguo Testamento que abre paso al Nuevo Testamento, a la Buena Noticia.

            El testimonio que Juan estaba dando era tan fuerte que algunos pensaban que él era el Cristo, el Mesías. Sin embargo, Juan es un enviado de Dios, que surge en un momento determinado de la historia, con la misión de dar testimonio de la Luz. Él debe orientar a todos los hombres hacia la Luz.

            Algo que el Bautista tiene claro. Aunque, parece ser que sus contemporáneos no. Los representantes de la institución judías se acercan a Juan para preguntarle: “¿Quién eres tú? (1,19). Parece que éste contaba con una gran fama, por lo que la pregunta es obvia. Su respuesta es clara y contundente: “soy la voz” (1,23). Una voz que únicamente prepara la venida de Jesucristo. De esta manera, declara abiertamente que no es el Mesías. Juan es quien prepara el tiempo nuevo de Jesús.

Juan, además, quiere dejar claro que él no es ni Elías, ni el Profeta. Los judíos pensaban que para la inauguración de los tiempos mesiánicos, Elías debía regresar para restaurar la convivencia humana; el profeta, por su parte, estaba equiparado al Mesías. Y estos dos títulos son rechazados por Juan.

            El bautismo de Juan era precisamente signo de esa preparación. Él bautiza con agua, pero detrás viene quien bautiza con Espíritu Santo.

Juan proclama que con Jesús llegan los tiempos nuevos. Quien viene detrás, ya está aquí, entre nosotros, y en realidad se ha colocado delante.

            El bautismo de Juan representa el paso a través del agua, del mismo modo que en tiempos antiguos el pueblo de Israel pasó a través del Mar Rojo y del Jordán para alcanzar la tierra prometida. Este bautismo pretende inaugurar un tiempo nuevo. El tiempo nuevo de Jesús. Por eso, el bautismo de Juan no es definitivo. No basta con bautizarse con agua, el verdadero bautismo es el de Jesús, Salvador de la humanidad.

            Él ya está presente y Juan no puede usurparle el puesto.

            Todo esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, es decir fuera del territorio de Israel. Lugar de encuentro de la nueva comunidad de Jesús, que rompe con todo lo que significan las instituciones judía

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